Un buen Real Madrid pierde el clásico

Minuto 19. Kaká avanza de fuera a dentro recorriendo la frontal del área del Barcelona. Recibe tarascadas, cargas y otros arrimones poco afectuosos. Resiste, vertical, agónicamente elegante. Recompuesto el frac, asiste a Cristiano Ronaldo. El portugués lo ve tan fácil, tan en bandeja, que antes de golpear, en esa fracción de segundo que ofrece pase de diapositivas, ya se imagina la celebración universal, el canto de los niños que acaban de salvar el mundo: por mí, por todos mis compañeros y por mí el primero. Y entonces decide ser sutil, demasiado. Valdés, con tantos reflejos como una lámpara de araña, estira la pierna diestra y desvía el balón, los sueños del Madrid y el tren del minuto 19.

Ahí estuvo. Hubo otras buenas ocasiones del Madrid, pero ninguna reunió a protagonistas tan ilustres y tan gallardos. Las otras (Marcelo, Higuaín, Raúl, Benzema...) entraron en la categoría de los errores humanos, los disculpables aunque duelan. Pero aquí, donde digo, no había humanos, sino héroes. Por eso rondó constantemente la sensación de que en aquella oportunidad se había pronunciado el destino, el manitú del fútbol: no era la noche.

Aunque los últimos minutos de un partido siempre dejan impresiones más duraderas, y en este caso se correspondieron con el escondite del Barça y la impotencia del Madrid, me atrevo a afirmar que hasta el gol de Ibrahimovic el partido se encontraba inclinado del lado visitante. Ligeramente, si quieren, pero vencido en esa dirección, lo suficiente para que corriera una moneda de canto.

Hasta entonces, el Madrid había controlado durante media hora basado en una defensa adelantada que reducía drásticamente el espacio del Barça. Convertido el campo de batalla en el jardín de un chalet, resultaba más fácil recuperar balones y establecer contactos, encontrar a Cristiano, desplegarse.

En ese tramo se situó el error de Cristiano y el posterior de Marcelo, que fue pecaminosamente lento en boca de gol. En ese tramo también surgió la figura tarzanesca de Puyol, siempre al límite del colapso y la rotura de fibras. El viejo león intervino en cada duda del Madrid y dejó señalados a los lentos, los torpes y los pusilánimes. Puyol y el resto de centrales sobre el campo se comportaron como magníficos medidores de la excelencia. Algo debería decirnos que Ibrahimovic fuera el único delantero en aprobar el examen.

Problema.

El Barcelona tardó en procesar el problema y darle una solución. Primero entendió que tras la primera línea de presión seguía estando el paraíso, la tierra del toque. Luego probó en largo sin hallar un galgo; no lo es Messi y hace años que Henry dejó de serlo. Por último advirtió que la insistencia en el pase también le abría las puertas. La consecuencia fue que alargó el campo, retrasó al Madrid y recuperó su identidad.

Esa mejora prosiguió en la reanudación. El Barcelona ya era el Barcelona. Y para completar la verdadera fisonomía del equipo Ibrahimovic entró por Henry. Es curioso que en ese instante, el de la resurrección local, el Madrid dejara otra tarjeta de visita. Fue una ocurrencia de Cristiano secundada por Higuaín, que tropezó con Puyol en el último momento, el de la verdad o la mentira.

De la defensa de esa jugada nació el gol. Después de dibujar una estrella, el balón desembocó en la banda de Alves. Si su pase a la espalda de los centrales fue magnífico, la definición de Ibrahimovic sólo puede calificarse de fabulosa: empalme al vuelo, zurdazo aéreo, garza asesina.

Se dice que los duelos tan cargados de armamento quedan sentenciados por quien marca primero, pero esta vez se nos reservaba una emoción inesperada. Ese efecto tuvo la expulsión de Busquets por doble amarilla, merecidas ambas e incluso una tercera. El nuevo panorama, no obstante, puso polvorete a la conocida hermosura del Barça. Aunque el Madrid, colgado de Kaká, insistía en el gol, el Barcelona se dedicaba a las piruetas que más le gustan: esconder la pelota, tocarla, triangular, torear. Es decir, Iniesta, Xavi, Messi.

Cristiano cabeceó alto antes de ser terapéuticamente sustituido en el minuto 65. Benzema logró que se le echara de menos de inmediato. También él tropezó con Puyol y consigo mismo. Valga el comentario para Higuaín, Marcelo o Raúl. Para el asedio en general. Faltaba sistema y orden, pero la dignidad del Madrid estaba a salvo. El equipo había salido a conquistar el Camp Nou y seguía intentándolo con todo en contra y pese a resultar burlado a ratos. Lass no lo soportó (se disparó en carne ajena) e Iker evitó el segundo con otra parada imposible.

La conclusión es que el Barça sigue por delante pero el Madrid corre por detrás, acortando la distancia. Esa es la buena noticia para ambos

Fuente: As.com

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Noticia enviada por: Cop

Noticia publicada: 30-11-2009

Noticia En Fútbol vista: 3448 veces

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