Y aqui va el primero, uno de los estadios que siempre me ha causado gran admiracion, hablo del Pequeño Maracana, o Crvena Zvezda Stadion, su nombre real, la casa del Estrella Roja de Belgrado:
STADION CRVEZA ZVEZDA
Resulta paradójico que uno de los más imponentes estadios de la Europa del Este, y sin lugar a dudas el que mayor número de grandes enfrentamientos ha cobijado, sea conocido en todas partes con un diminutivo. Pero bueno, considerarse el hermano pequeño del mayor templo que ha conocido el mundo del balompié tampoco tiene que suponer desdoro alguno. Y además, no es ese su nombre oficial, sino uno mucho más prosaico Stadion Crvena Zvezda, Estadio del Estrella Roja.
Fue en 1959 cuando se decidió demoler el viejo campo del club más popular de Belgrado y levantar uno nuevo en el mismo lugar, céntrico donde los haya. Como ha ocurrido en la construcción de grandes coliseos de la actualidad, se cavó una formidable zanja de modo que el terreno de juego se hallara a un nivel más bajo que el resto del suelo, concretamente unos doce metros. Las obras se prolongaron cuatro años, hasta que, aún inacabado, se inauguró en un partido contra el Rijeka. Cincuenta y cinco mil espectadores fueron testigos del primer gol, obra de Dusan Maravic. Cuenta la leyenda que el primer aficionado que pisó el estadio entró al amanecer de ese día (el encuentro era por la tarde) y armado de desayuno y hamaca se subió a una de las gradas y esperó pacientemente el inicio del encuentro durante horas.
Pocas semanas después, el campo vivió su bautismo de fuego con el primer derby contra el Partizán. Es obligatorio detenerse y hablar un poco de este clásico, que concreta una de las rivalidades más enconadas y ancestrales del fútbol europeo. En palabras de sir Matt Busby, “no creo que haya muchos lugares en Europa donde se pueda palpar tanta emoción, rivalidad y ansias de triunfo como en Belgrado”. Y hablaba de lo que sabía el venerable maestro, pues vivió in situ un derby en el 66, y antes ya había disputado en Belgrado una eliminatoria de Copa de Europa; de hecho, de allí partió el vuelo de infausto recuerdo que luego haría escala en Munich.
Fundados el mismo año de 1945, ambos conjuntos representaron sensibilidades opuestas en la Yugoslavia de la posguerra: mientras que los partisanos (conocidos más tarde como sepultureros, por el color negro de sus camisetas) eran identificados con el régimen de Tito, los gitanos o cigani –por el encarnado rotundo de su zamarra, que luego pasaría a rojiblanco- personificaban la oposición al statu quo. Debido a ello, desde el principio el Estrella fue el conjunto con mayor soporte popular, mientras que el Partizán dispuso de los mejores jugadores en los años 50 y los primeros 60; llegando a jugar, incluso, la final de la Copa de Europa contra el Madrid. Un equipo blanquinegro donde militaron nombres como Soskic, Jusufi o Vasovic.
Marakana2En 1964 se concluyeron definitivamente las obras del estadio del Estrella Roja, que recibió inmediatamente el sobrenombre de Pequeño Maracaná por sus majestuosas proporciones y su parecido con su hermano mayor brasileño. Los primeros años del flamante estadio contemplaron el ascenso irreprimible de su club, que en poco tiempo logró equilibrar fuerzas e igualarse a su eterno y odiado rival. El punto de inflexión tuvo lugar un inolvidable 17 de Noviembre de 1968, cuando ante 110.000 enfervorizados seguidores el equipo de la estrella arrolló al eterno rival por 6-1 y asumió por largo tiempo el liderazgo del fútbol yugoslavo. Cinco ligas en diez años, por sólo una de su rival, así lo certificaron.
Desde entonces, los gitanos han vivido en su coliseo duelos de todo tipo: emocionantes, como la vuelta a las competiciones europeas frente al Kaiserslautern tras varios años de exclusión por la guerra; glamourosos, como la visita del Barça del mejor Ronaldo; vergonzantes, como el derby que tuvo que ser suspendido por batalla campal… Pero a nivel de clubs, una fecha destaca con letras de oro en el imaginario rojiblanco: la vuelta de las semifinales de la Copa de Europa contra el Bayern en 1991. Tras haber logrado un sorprendente 1-2 en el viejo Olímpico con goles de Savicevic y Darko Pancev, la mejor generación que jamás vistió la camiseta de la estrella se aprestaba a cerrar la eliminatoria y sacar el billete a la final de Bari. Pero con los bávaros las cosas nunca son fáciles: dio igual que se adelantase el equipo balcánico, pues en cinco minutos fatídicos de la segunda Augenthaler y Bender ponían las tablas en el global. El partido se encaminaba dramáticamente a la prórroga, pues, cuando en los minutos postreros ocurrió, una vez más en fútbol, lo imposible: balón cruzado por Mihajlovic al corazón del área, Augenthaler que se lanza desesperado a despejar y el balón toma una parábola imposible que supera a Aumann y se cuela en el marco. Es el delirio, y el penúltimo paso del camino que llevó al club rojiblanco a la gloria de la Copa de Europa. Trofeo que, por cierto, también pasó por el estadio; fue en 1973, cuando el Ajax del gran Cruyff cerró en él su ciclo glorioso frente a la Juve.
Además de hogar del Estrella, Marakaná ha sido desde su construcción el gran santuario de la selección yugoslava. Fue allí donde los plavi vivieron el gran drama de su historia, la eliminación ante Alemania en las semifinales de la Eurocopa de 1976; fueron ganando 2-0 durante más de media hora, tantos de Popivoda y Dzajic, y recibieron el empate a escasos instantes del final. Dieter Müller fue el verdugo, pues además de autor de ese gol, redondeó un increíble hat-trick con otros dos en los últimos cinco minutos de la prórroga. Una de las porterías posee también el honor de haber recibido el penalty de Panenka, la fantástica ocurrencia llena de fantasía que le dio a Checoslovaquia la su único entorchado continental.
El último gran encuentro internacional que ha acogido el estadio fue el Yugoslavia-Bosnia de clasificación para el Mundial 2006, partido que además de decidir el pase de los locales al gran torneo, se presentaba lleno de connotaciones políticas. Como es sabido, Kezman marcó el único gol y envió a España a la repesca. Y ya que hablamos de nuestro país, no está de mal recordar que fue también aquí donde Rubén Cano marcó su famoso tanto que llevó a la roja a Argentina 78, y rompió una racha de doce años del equipo nacional sin acudir a a la máxima cita.
En la actualidad, el aforo del Pequeño Maracaná ha sido reducido a poco más de 50.000 espectadores (todos sentados) por motivos de seguridad, pero incluso así sigue alcanzando su inigualable ambiente en las grandes noches. Que sea por mucho tiempo.

