Hay un comercial de ESPN bastante gracioso en el que un tipo es castigado por su novia al quedarse viendo a otra mujer mientras pasa a su lado. Un locutor narra la ocasión como si se tratara de un partido de beisbol, dejando claro que el protagonista queda en strikeout por el atrevimiento. El pobre hombre, como en guión de tragedia griega, termina pagando terribles consecuencias por culpa de algo que está fuera de su control.
Porque hay que decirlo tal y como es: volver a ver, ese controversial gesto, es tan involuntario como la respiración e inevitable como parpadear, es un reflejo muscular que se origina en las gónadas. La ciencia lo ha probado.
Además es justo dejar clara la diferencia entre el pachuco que grita improperios desde su carro "arreglado", en competencia con el parlante lleno de cumbia, y el inocente hombre que no puede resistir la tentación de girar su cabeza y mirar hacia atrás. No somos iguales ni la intención es la misma.
No hay duda, es un descaro perseguir con la mirada el paso de la compañera de trabajo guapa o el trotar de la vecina deportista, justamente por ello es mal visto por millones de novias alrededor del mundo todos los días. Pero la reacción natural ante la belleza es el aprecio y no es posible disfrutarla a menos que se le preste la atención apropiada. Como bien lo dijo Newton*: la fuerza de atracción que ejerce un cuerpo celestial está en directa proporción con las redondeces de su masa y su cercanía con el deseoso espectador. Ciencia de nuevo.
Sin embargo, volver a ver les resulta ofensivo a algunas (a las feas, principalmente) porque les parece superficial y estúpido. Si supieran cuan profundo es nuestro cariño hacia los escotes y cuantas horas de estudio les dedicamos, dejarían de pensar así.
Pero es ofensivo, incorrecto y se opone a la moral, la ética y las buenas costumbres; por lo tanto es prohibido. Nuestra sociedad moralista no permite tales despliegues de personalidad y sinceridad.
En esta época de santidad forzada incluso parece prohibido encontrar atractivo a alguien y hacérselo saber. Es como si estuviéramos obligados a pretender ser asexuados e idealistas: siempre el pensamiento sobre la materia.
No se debe mirar ni comentar, nunca en público ni directamente; el respeto ante todo. Pero por tratar de ser perfectos dejamos de ser quienes en verdad somos. Con tal de nunca ser rechazados, nos conformamos con una amistosa aceptación. Y con amistosa quiero decir asexual.
A la mierda con eso. Es bueno ser un hombre y comportarse como tal, dejar de lado la mariconada cosmopolita y sacar el gorila a dar un paseo. No que pretenda con lo que digo justificar comportamiento digno de canallas, en absoluto. Es que simplemente hay que darse cuenta de que es inevitable, acaso necesario para nosotros, nosotros hombres libres y fuertes, volver a ver los culos pasar.
Y no pedir perdón por ello
