Aqui os dejo la leyenda del Sanatorio de Tuberculosos de Sierra Espuña, es un antiguo hospital que esta cerca de donde yo vivo.
Al principio del pasado siglo, la tuberculosis causó estragos entre la población española. Para paliar el problema, las autoridades buscaron lugares alejados de los centros urbanos con objeto de evitar posibles contagios. En muchas ocasiones, los lugares elegidos estaban situados en zonas de alta montaña, en donde el aire puro y limpio es la mejor medicina para los enfermos de esta temible enfermedad, y se lograba atenuar el cargado ambiente de estos preventorios. Fueron estas premisas las que impulsaron la fundación del patronato benéfico y social del Sanatorio Antituberculoso de Sierra Espuña, en el corazón de Murcia. El proceso de construcción fue lento y complejo. La construcción del mismo dio comienzo a finales de 1913. Verano tras verano, los vecinos se encargaban de levantarlo de forma altruista, mientras que el resto del año centraban sus esfuerzos en recaudar dinero para llevar la obra a buen puerto. Gracias a ello, en 1917 pudo concluirse la primera planta del edificio, pero la obra continuó hasta que se proclamó la II República en España, lo que supuso un compás de espera e incertidumbre, pues la “confrontación” entre los integrantes del patronato y las autoridades políticas era más que patente. Todo se solucionó y las obras se agilizaron con la cesión del edificio al Estado en 1931; desde entonces se consiguió que se trabajara en su construcción durante todo el año ininterrumpidamente. La edificación se dio por finalizada en febrero de 1934. Al año siguiente, quedaría inaugurado el Sanatorio Antituberculoso de Murcia. El edificio constaba de sótano, planta baja, primera y segunda planta. Posteriormente, se hicieron otra serie de obras anexas: la casa del conserje, cocheras, cuadras, deposito de cadáveres, velatorios, un acueducto para recoger agua… Fue sanatorio en sus diferentes facetas hasta 1962, pero también era utilizado como hospital para los vecinos de la zona, ya que allí pasaban consulta las gentes de Aledo, El Berro y otras poblaciones próximas. En su época de máximo apogeo llegó a contar con doscientas camas y cincuenta personas encargadas de los distintos servicios y la atención a los enfermos. Tras 27 años como sanatorio antituberculoso, las cosas cambiaron. Fue gracias al descubrimiento de la estreptomicina en 1949. Y es que aquella medicina cambió el signo de los enfermos internados y, muchos de ellos, afortunadamente, pudieron sanar de sus graves dolencias. En consecuencia, el número de enfermos descendió, pero no ocurrió así con los gastos de mantenimiento. Por culpa de ello, el 10 de mayo de 1962, al tiempo que los últimos enfermos que permanecían allí fueron trasladados a un hospital de Albacete, el sanatorio de Sierra Espuña cerró sus puertas. Después de permanecer así un año, el hospital fue rehabilitado y se convirtió en una escuela-hogar para acoger a huérfanos y necesitados de toda la región. Así permaneció durante algunos años más hasta que, finalmente, volvió a cerrarse de nuevo. Ya en los ochenta se hizo una fuerte inversión para restaurar parte del edificio, que se transformó en albergue juvenil. Una vez más, fue cerrado al público, pero en esta ocasión de forma definitiva. Corría el año 1995, si bien aún sería vigilado y cuidado por personal de la administración autómica durante cuatro años más. Después, el abandono… “Una mujer, como una sombra” En los primeros meses de 2002 nos entrevistamos con Enrique B. Z, un boy-scout de 19 años que conocía a la perfección la comarca. Nos relató lo que vivió años atrás en la primera planta del preventorio. Lo cierto es que no encontraba las palabras exactas para explicar qué fue lo que vio allí: “Fue una especie de neblina de un color entre grisáceo y verduzco; parecía una mujer deambulando por el pasillo, como una sombra, como un tenue haz de viento con humo que se deslizaba y que me encontré en medio del pasillo, a no más de cinco metros de distancia”. No sabemos con qué se tropezó realmente Enrique esa noche. En cualquier caso, lo que vio fue algo muy extraño; a tal punto le afectó la experiencia que, según sus propias palabras, aquella visión le provocó un intenso dolor de cabeza y un malestar general que le obligó a salir del recinto. Prometió que jamás volvería por aquel siniestro lugar. Voces sin dueño Poco tiempo después, una informante nos contó más detalles sobre las “cosas misteriosas” que ocurren allí. Y es que uno de sus amigos trabajó en el lugar como conserje hasta que decidió pedir un traslado en su puesto de trabajo, ya que no soportaba estar ni un minuto más en el interior del viejo hospital. Cuando indagamos en el historial de los conserjes del preventorio, nos encontramos con que no fue el único que pidió un cambio de destino; sus antecesores en el puesto lo habían hecho también. En todos aquellos casos, la petición respondía a razones desnocidas. Es por ello que nos pusimos en contacto con él. Con no pocas reservas accedió a entrevistarse con nosotros, bajo la condición de que ni le grabáramos ni le sacáramos fotografías porque temía sufrir represalias laborales. Charlamos con Ángel A. mientras el café humeaba en la mesa. Según explicó, había comenzado a trabajar en el preventorio en 1993 y permaneció allí en diferentes intervalos hasta seis años después. Durante ese tiempo fueron dos los conserjes que se turnaban para vigilar y cuidar el edificio. El segundo era Andrés. F. C. Según sus propias palabras, procuraban no contarse nada que no fuera lo acostumbrado de su servicio diario. “Nunca quise saber de la historia del lugar, pues me daba miedo”, nos cuenta Ángel, que no se atrevió a compartir con sus compañeros las amargas experiencias que vivió en el hospital. “En la primera planta, sobre todo por las noches, se escuchaban correteos y murmullos”, recordaba. Nada ni nadie podía provocar aquellos ruidos. El lugar estaba desierto. Él prefería creer que eran sonidos generados por sus propias botas, “porque cuando me paraba, los murmullos cesaban, y si reiniciaba camino, volvían a surgir”. Preguntado por cómo eran dichos murmullos, y recordando como recordaba a los grupos de jóvenes que antaño acampaban en el lugar, contestó que le recordaban a “grupos de gente hablando, que no venían de ninguna parte pero que resultaban envolventes”. En una ocasión recibió la visita de sus padres durante la guardia. Cuando le tocó hacer la ronda, su progenitor le acompañó mientras su madre se dispuso a prepararle la comida. Cuando se encontraban en la primera planta paseando por el largo pasillo, oyeron el mismo murmullo que Ángel había escuchado en otras ocasiones. En un primer momento, pensaron que habían llegado visitantes al lugar, pero la sorpresa fue mayúscula cuando, al regresar, comprobaron que la madre estaba sola y que nadie se había acercado por allí. Y es que todas aquellas “cosas raras” ocurrían cuando estaba en el pasillo, en donde recuerda que había una mancha de humedad en la que todos, al verla, atisbaban un torso femenino. En no pocas ocasiones picaron la pared, pero al poco tiempo volvía a surgir esa extraña forma. A tal punto llegó la situación que se sintió muy aliviado cuando le concedieron el traslado. Eso sí, se prometió que el último día de trabajo tomaría una foto de ese pasillo… “Pero no la hice, no me atreví, por miedo”. En una de nuestras investigaciones, tuvimos la suerte de poder entrevistarnos con un paisano de Sierra Espuña que nos contó cómo,siendo un niño de siete años, visitaba el preventorio. Recordaba cómo la precaria situación y la falta de medios provocaba que, en algunas ocasiones, los enfermos fueran enviados al depósito de cadáveres creyéndolos muertos. En alguna ocasión, durante los velatorios, los supuestos finados “revivían”, gritaban, daban puñetazos y patadas al ataúd… Es de imaginar el susto que tal situación provocaba a los carreteros que se encargaban del traslado de los féretros. No es de extrañar que muchos de estos honestos trabajadores acabaran por negarse a prestar sus servicios al hospital. El militar Miguel G. L. es un ex militar que, en los años ochenta, integró un grupo de asalto. También fue protagonista de los fenómenos paranormales que tuvieron lugar en este hospital abandonado que, gracias a su experiencia como montañista, conocía a la perfección. En una ocasión decidió llevar hasta allí a su escuadrón para refugiarse de las inclemencias del tiempo y desaparecer de la vista de otros destacamentos militares que participaban en los ejercicios. Por razones de limpieza y seguridad, optaron por ubicar el lugar de descanso en la primera planta de la zona antigua. Montada la guardia y pasadas las primeras horas de plácido sueño, el vigilante de guardia se topó de frente con un ser etéreo de un color verduzco, con forma humana y de mujer, que se manifestó a unos pocos metros del grueso del grupo. El soldado que en ese momento hacía la vigilancia, montó el arma y, presa del pánico, disparó una ráfaga de balas con su fusil de asalto. La ventana quedó destrozada; la pared agujereada. Sin embargo las balas atravesaron a la extraña presencia, que quedó impasiva tras “recibir” los impactos. Unos instantes después, en mitad de la confusión creada por el estruendo de los disparos, el etéreo ser se difuminó y desapareció. Los soldados, que salieron huyendo del lugar, no se atrevieron a volver allí hasta el alba, y aún así, sólo lo hicieron acompañados por otros militares, agentes forestales y la propia policía. Gracias a nuestra investigación, el militar ha vuelto a pisar el lugar de los hechos y nos guió hasta la pared en la que se encontraban las marcas de los impactos de bala que salieron del fusil de su compañero. Otros testigos aseguran que han visto en diferentes ocasiones a una demacrada mujer deambulando melancólicamente por los pasillos, asomándose a las ventanas y desapareciendo después, pero todos los testimonios nos hablan siempre de la primera planta como el epicentro de los fenómenos, bien sea en la parte nueva, la reformada o en la antigua, que permanece igual que cuando se cerró el hospital a mediados del pasado siglo. En concreto, esos fenómenos orbitan en torno al pasillo que une la parte reformada y más moderna con la antigua, que mantiene el mismo aspecto que cuando se cerró el preventorio allá por mayo de 1962. Ambos sectores están separados por una puerta que da a la parte “nueva”, tras la cual se levantó un tabique de ladrillo con el fin de impedir el acceso a la antigua. Nadie abrió la puerta, pero… En nuestras investigaciones siempre hemos registrado fenomenologías muy dispares. Entre otras cosas fuimos testigos –y así lo registró la cámara de vídeo– de cómo una puerta del pasillo que une precisamente ambas partes era capaz de arrastrarse violentamente, y sin motivo aparente, cristales, cascotes y todo tipo de escombros que tenía delante. Y todo sin que nadie la tocara. Descartamos la posibilidad de que el fenómeno fuera provocado por una corriente de aire. Además, hasta tres personas intentamos desplazarla con el fin de verificar si sería posible que se cerrara por el movimiento del suelo a nuestro paso, pero dicha posibilidad también quedó descartada. En repetidas ocasiones analizamos minuciosamente las bisagras de la misma y contrastamos con diferentes pruebas que sus muelles de acción de un lado y otro –es una puerta batiente– no tenían ningún tipo de tensión y, por consiguiente, era más que evidente que no había tracción suficiente para arrastrar la puerta con una mínima presión. Al tener tan poca fuerza, los muelles de las bisagras y la puerta rozan algunas zonas del suelo en su trayectoria y recorrido. Comprobamos cómo podíamos dejarla parada simplemente con la mano, sin que hubiera ningún obstáculo en su camino, excepto la ya mencionada rozadura de ésta contra el suelo. Así pues, queda también claro que las bisagras no pudieron mover la puerta y, mucho menos, arrastrar nada a su paso. Una vez que descartamos que el suceso tuviera una causa natural, decidimos calcular la fuerza que se necesitaría para desplazar todo lo que arrastró a su paso. Y lo hicimos probando nosotros. Ni siquiera entre varias personas fuimos capaces de emular el fenómeno. No sabemos quién o qué provocó que esa puerta se cerrara violentamente arrastrando a su paso todo lo que tenía delante. También fuimos testigos de cómo, en ocasiones, las tuberías y sanitarios hacían ruido como si estuvieran en funcionamiento. Sería algo normal, de no ser porque todas las instalaciones que podían haber provocado el fenómeno están destruidas, amén de que por las tuberías ya no transcurre ni una gota de agua. También hemos escuchado en infinidad de ocasiones pasos y murmullos de gente, en diferentes plantas a las que nosotros ocupábamos en ese momento. Tras recorrer concienzudamente todo el inmueble, verificamos, sin ningún tipo de duda, que no había nadie más en el viejo hospital, pero aún después de comprobarlo, aquellas presuntas presencias continuaban manifestándose con cierta virulencia. Además, hemos escuchado cómo el ascensor sube y baja por las diferentes plantas, algo del todo imposible, pues desde hace años está roto y y cubierto por el óxido. En realidad, ese es el estado del hospital. Abandonado, viejo, ruinoso… Pero aún hoy, parece que existen presencias invisibles que los habitan.
algunas imagenes del antiguo hospital:


