DE POSICIÓN, VAGABUNDO
A menudo suelo disfrazarme de melancólico recordando las viejas historias que el sabio Petón nos contaba a mi, y algún que otro centenar como yo, en torno a la hoguera. Por hoguera se entendía aquel lazo que unía nuestros hogares con la línea de un transistor. Entre aquellas historias había una que me sorprendía a la vez que me apasionaba. Era el relato de un tipo, un personaje (en el significado más amplio de la palabra) al cual apodaban “El Loco”. Como a tantos otros. No aparecía en las alineaciones históricas, y no había oído nunca hablar de él. Quizás por eso me fascinó.
Respondía al nombre de Omar Orestes Corbata, o quién sabe a qué respondía, seguramente respondiera a todo. Pero ese era su nombre artístico, Corbata. Los viejos del lugar cuentan de él que no se podría entender a Corbata sin su apelativo de loco. Él se cargaba de vitalidad y reconocía que no le molestaba siempre y cuando no le tomaran por un loco realmente. Y no lo era. Sí era Corbata un virtuoso del regate, gambeta que le dicen allá por Argentina. En el país de los tangos se armaba de clase para esquivar a quienes salieran a su paso. En ocasiones tenía el descaro de volver a regatear al rival sorteado. Vacilaba del modo en que sólo los genios pueden.
Él decía que el jugador nace, no se hace. Yo lo llevo más allá y defiendo que crack no se hace, crack se nace. Y desde 1936, cuando en nuestro país los hermanos se enfrentaban en una guerra absurda, Argentina disfrutaba de un crack más. Tras un desafortunado paso por Estudiantes, el Loco Corbata recaló en Racing de Avellaneda. Formado como un “jugador de dibujos animados”, dio para la Academia sus mejores tardes de fútbol. Ligero como un pajarillo, con patitas de alambre, y altura que se alzaba a duras penas por encima de un bastón. Dicen que era astuto como él solo, y que los penaltis los transformaba uno a uno con la destreza del que engaña con facilidad al arquero.
Se le llegó a comparar, siempre desde la injusticia de las comparaciones, con Garrincha. De físico débil, habilidoso y extremo derecho. Formó parte de una delantera magnífica, que aún se recita de memoria en los sueños de los argentinos: Corbata, Maschio, Angelillo, Sívori y Cruz. En 1963 ingresaría en Boca Juniors, club en el que no hizo mucho más que sus dos goles en el debut. De hecho al año siguiente tendría que continuar su carrera en Colombia, jugando para el Independiente Medellín. Sus últimos coletazos los dio para el San Telmo. Lo cierto es que más allá de su juego, y no arriesgo si digo que como él ha habido más de una veintena, me estremeció su final.
Siempre se me vino a la mente que el problema de la fama y el dinero, cuando vienes de muy abajo, es un “bendito” problema muy difícil de llevar. Sobretodo porque los consejeros no son siempre los mejores y las compañías pueden ser peligrosas. En esas estuvo Maradona, uno de los más grandes, y en esas terminó Corbata, nuestro loco Corbata. Orestes Omar Corbata es ahora el nombre de la calle situada junto al Cilindro, nombre con el que se conoce al estadio de Racing de Avellaneda. Allí pasó sus últimos días el pequeño driblador. Cobijado entre cartones durmiendo, quién sabe si en la grada, junto al banquillo o pegado a la línea de cal; soñando que rompía una y otra vez la cintura del adversario desde su posición de extremo, y despertando bañado en la realidad: de posición, vagabundo.
si alguien sabe mas k las ponga, he puesto solo del larguero a ver si sabeis vosotros del carrusel o algo.