Almeria 1 - Real Madrid 2

 

Hay que reconocerle al Madrid su facilidad para liquidar los partidos que a otros complican. Hay que aceptar que ese estilo en el que caben todos los estilos (o ninguno) tiene el poder de fulminar a los equipos aplicados y estudiosos. No hay teoría para abordar a un grupo tan indescifrable y Xavi no se vende.

Tal vez por eso Lillo decidió ignorar las virtudes del adversario y estiró tanto el campo que lo convirtió en campiña. Es probable que planeara aprovechar así la agilidad de Piatti y Crusat. Y es fácil, también, que quisiera hacer honor a su leyenda de entrenador valiente y romántico que prefiere una derrota a un voleón.

El primer resultado de semejante audacia fue que el Madrid se encontró con lo que sueña en las noches de luna: espacios. Con campo por delante, el visitante se lució durante bastantes minutos, terapia de toque.

De ese modo tan confuso arrancó el partido. El Almería estaba voluntariamente desarbolado, más inclinado al ataque que a la defensa y más cerca de ser goleado que de rondar el gol. Sucedió, no obstante, lo que ocurre siempre que hemos completado un razonamiento deductivo: marcó la víctima.

La jugada nació de un balón profundo que Uche persiguió en el límite del fuera de juego. La acción sorprendió tanto a los defensas que ninguno sabía dónde estaba el compañero, qué decir del rival.

No fue la tarde de los defensas, por otro lado, e incluyo a los de cualquier color. Para ellos el partido resultó tan desordenado como una prórroga de 90 minutos y medias bajas. Los atacantes se presentaban al galope y siempre parecían mayoría. Ya se sabe: nadie acusa tanto la anarquía como las fuerzas del orden.

El empate no tardó en llegar y sobrevino por causa del inmenso talento y de un cierto hartazgo. Cansado de intentar paredes, Cristiano se construyó la casa solo: controló, penetró, amagó, pedaleó y, por fin, superó a Alves de tiro cruzado. Fue un gol de primera clase.

Lo que siguió fue un acoso del Madrid y una exhibición del portero. Imagino que si algo tiene de bueno defender la portería de un equipo que se expone tanto es el magnífico estado de forma en que se conserva el guardameta. Alves detuvo, rechazó, repelió y, entre estirada y costalazo, se ganó un suculento traspaso.

Caos.

Pero insisto en el desorden. Al dominio del Madrid seguían dos ráfagas del Almería que lo volteaban todo. En pleno asedio visitante, Uche pudo marcar de tacón y la alternancia prosiguió en el segundo tiempo con idéntica proporción. Al final, los acercamientos del Madrid fueron tan constantes que convirtieron el gol en un asunto estadístico. Y el premio le tocó a Van der Vaart, asesino desde la frontal. El tiro, cruzado y seco, nos recordó lo grandes que son las porterías.

Tan cerca estuvo el Almería del empate como el Madrid del tercero. Cuando Iker no sufría a Albiol (fuego amigo), era Alves quien cenaba bola de cañón. Ese era el panorama cuando entró Benzema para disfrutar de cuatro suculentos minutos más tiempo añadido. Así acabó el partido. Igual que empezó: el Madrid vivo y Lillo valiente.

Fuente: As.com

Todo sobre el Real Madrid en el FORO.

Noticia enviada por: Cop

Noticia publicada: 16-04-2010

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